José Daniel Lorenzo Gómez
Director de la Cátedra de Empresa Familiar de la Universidad de Cádiz (1)
En el tercer año de una crisis que ha puesto a prueba los modelos de negocio de todas las empresas del mundo, y que se ha cobrado un número importante de cierres empresariales, se pueden distinguir tres tipos de supervivientes.
Algunas empresas grandes han mejorado sus resultados y siguen creciendo aparentemente sin mayores problemas, si bien a un ritmo menor que en ejercicios anteriores. Son una minoría, sólo unas cuántas referencias positivas en una situación general de descenso de resultados.
Por otra parte, muchas de las empresas que siguen luchando para sobrevivir han recortado costes y actividades para no perder competitividad, en la esperanza de que pase la tormenta, y puedan iniciar una nueva etapa de estabilidad y crecimiento.
Entre estos dos grupos, hay un grupo significativo de empresas que no destacan por sus resultados ni por sus recortes, que mantienen firme el rumbo trazado y que no parecen estar tan afectadas por los cambios que se suceden con gran velocidad. Como las demás, estas empresas están pasando una situación de dificultad, que en algunos casos supone todo un desafío para su capacidad de supervivencia, pero siguen haciendo lo posible y casi lo imposible por mantener su actividad y su plantilla. Las empresas familiares no suelen crecer tanto como otros tipos de empresas en tiempos de bonanza, pero tampoco suelen sufrir reducciones demasiado drásticas en tiempos de crisis. Parece que llevan una trayectoria más regular, con menos altibajos, menos sometida a las turbulencias del entorno.
¿Qué diferencia a estas empresas de las demás? En todas las empresas existen unos valores, que en el caso de las empresas familiares proceden en buena parte de la familia que fundó la empresa. Estos valores son propios de cada familia, constituyen una de las claves de la continuidad del proyecto empresarial generación tras generación, y configuran el modelo de negocio y la gestión del mismo. Algunos de estos valores comunes a las empresas familiares son el esfuerzo, la dedicación, la austeridad, la prudencia, el espíritu emprendedor y la excelencia.
Uno de los rasgos más característicos de la empresa familiar es la visión a largo plazo, que lleva a interpretar las claves del negocio más en términos de futuro que de presente, al tiempo que se mantiene la coherencia con los valores que han servido como fundamento para desarrollar la empresa desde sus orígenes. La voluntad expresa de legar la empresa a la generación siguiente introduce una visión más amplia del negocio, en busca de un crecimiento solvente antes que resultados a corto plazo. Asimismo, la continuidad de la familia en la propiedad y control de la empresa conlleva una menor exposición a las exigencias de rentabilidad a corto plazo, ya que los accionistas no van a desinvertir aunque sus rendimientos no estuvieran en línea con los que se ofrecerían en otras posibles alternativas de inversión.
La construcción de la continuidad a largo plazo, que requiere estabilidad sobre la base de los valores que han guiado a la empresa desde sus orígenes, permite explicar la trayectoria más estable y regular de las empresas familiares.
En estos tiempos de crisis, diversas voces plantean una vuelta al esfuerzo, la exigencia del trabajo bien hecho y la visión a largo plazo que se dejaron de lado en épocas boyantes para alcanzar unos resultados más aceptables para los mercados. Las empresas familiares no necesitan volver a los valores que siempre han defendido, que forman parte de su genoma, y que les permiten afrontar los retos de la competencia y la crisis, no sin dificultades, pero con mejores perspectivas de futuro.
(1) La Cátedra de Empresa Familiar de la Universidad de Jaén quiere agradecer a José Daniel Lorenzo Gómez su colaboración con este artículo que fue publicado en el Boletín especial de la Cátedra en el año 2011, con motivo de la celebración de su 10º aniversario.